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Escrito en piedra

Conoces la leyenda, pero nunca has oído mi historia

Detalle de La morisca de Darío Villares Barbosa (1919)


Sabes mi nombre. Crees que me conoces porque crees saber quién soy. Te piensas que ya has oído todo lo que necesitas sobre mí. Conoces la leyenda, pero nunca has oído mi historia. Has preferido que sean las voces de otros las que te cuenten sobre mí, mientras dejabas que la mía mordiera el polvo de los años y se ahogara en la cicuta de tu juicio. Porque sí, sin haberme escuchado, ya me has juzgado. Pero eso se acabó. Oirás esta noche el testimonio, la súplica que se me ha negado durante tanto. Serás tú, que has celebrado mi muerte, quien ahora escuche mi tragedia, por primera vez, de mi propia voz. Y, cuando la luna se esconda, serás tú quien dicte sentencia. Si logro que me consideres inocente, aliviarás, quizás, un poco el peso de la pena que arrastro eternamente, pero, si por el contrario me encuentras culpable, sólo te pido que me mires a los ojos para decirme qué horrorosa clase de monstruo soy.


Fue en una noche preciosa de verano, con el mar lamiendo las escaleras del templo y las olas invitando a mis trenzas a un apacible baile con su brisa. Nadie viene a rezar en noches así, nadie busca sabiduría cuando está en paz. Así que allí estaba yo, sola, recogiendo los restos de los sacrificios y apagando las últimas velas. Y entonces, llegó él. Una tempestad que se abría camino, con dos naufragios por ojos en el medio de la furia de sus elementos.


Nunca dejó de mirarme mientras yo sólo podía pensar en no perderme para siempre en su oscuro abismo. Me ahogó, anegó, arrastró, golpeó, asfixió, atrapó y mareó con la fiereza de un caballo salvaje, pero en ningún momento, ni por una pizca de la más leve piedad, apartó sus dos fríos ojos de mí. No te atrevas a preguntarme si supliqué por mi libertad. Le grité a su deífica y monstruosa cara todo mi dolor y, como las olas, siguió embistiéndome una y otra y otra y otra vez.... Después de todo, ¿Qué es la voluntad de un mortal cuando se hunde en los deseos de un dios?


Intenté escapar de su tormentosa profanación y con la fuerza de sus manos, hiló mis trenzas, las mismas que ahora siento que me muerden los dedos al acariciarlas, en las redes que aferraron mi destino. ¡Cuánto envidié de Anaxáreta su duro crisol de roca, su apática indiferencia! Con nada más que lágrimas y sufrir, le grité a quien le había entregado mi vida. Le recé a ella con el poco aire que tenía para que le atravesara con su lanza y me dejase ir. Imploré a Atenea que me acogiera, protectora, bajo su escudo, que cuidara de mí como yo había cuidado de sus fieles. Todo lo que recibí fue un par de ojos de piedra que miraban desde lo alto, como un búho a medianoche, con la más divina de las indiferencias. Nunca oirás a un sacerdote hablar de los ojos de los dioses. Ni de su destreza para ver y no mirarte ni la firme satisfacción que se asienta en sus retinas al saber que tomarán de ti todo cuanto estés dispuesto a pedirles. Huye siempre de los ojos de quien te observa desde el cielo.


Quizás fue la inocencia o puede que fuese la esperanza, lo que me hizo creer que encontraría en los humanos la misericordia que me había sido negada por los dioses ¡Con qué gusto hubiesen preferido aguantar la mirada de Edipo, aunque a aquel bastardo le brotasen gusanos de las cuencas, antes que la mía! No era más que un monstruo a sus ojos, porque eso es para ellos una mujer rota y sin honor. Si yo soñaba con soltar mis pies y vestirme de mar para que este se llevara de una vez la poca vida que me quedaba, ellos murmuraban sobre como ni todos los océanos del mundo podrían limpiar la mancha que mi deshonra había dejado para siempre en su sacra ciudad. ¡Si Dido se atravesó el pecho con una espada por quien amaba, qué no haría yo por de quienes no recibí más que impasibles y callados rostros! Bien podrían ser más piedra que carne, más estatuas que hombres. Ni siquiera el que hizo de mi muerte una épica cruzada tuvo el valor de mirarme y ver mis lágrimas.


Ah, pero cuando alzó mi cabeza como trofeo... ¡Qué inmensa fue la alegría de todos por librarse de semejante maldición para su ciudad! ¡Cómo entonces sí supieron usar sus labios para los cantos y las canciones en su honor! ¡Con qué rapidez adornaron su cabeza de gloria y laureles y guardaron con vergüenza la mía en un saco! ¡Qué fácilmente esculpieron su nombre en los muros de la Historia! ¡Qué poco les costaba escupir sobre el mío! Para él, la leyenda inmortal, los poemas, los tapices, las coronas y los palacios y a mí, quienes nunca me habían dado ni su cariño ni su ayuda ni su respeto, no quisieron siquiera darme el amargo placer del dulce olvido.

El amanecer está cerca y es momento de oír tu veredicto. Ahora conoces mi historia en mis propios términos. Senténciame como víctima o hazlo como monstruo, pero hazlo con justicia, pues de tu decisión depende mi recuerdo para la eternidad. Porque yo soy Medusa... y este es mi juicio. Que tus palabras sean escritas en piedra.


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2 Comments


nekane73
Nov 29, 2020

Fantástico como siempre, y con Medusa que me encanta, no se puede pedir más; un aplauso

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nor.cabrera
Nov 29, 2020

Muy buena narración de un episodio épico y mitológico. La voz de Medusa resulta conmovedora, y las imágenes que utilizas con mucha garra, como los ojos del dios. Me ha encantado. Sigues utilizando el lenguaje y las palabras con mucha habilidad, como en este caso, llamando en tu favor expresiones más legendarias que líricas, como otras veces, sin faltar tu propia armonía. Muy bello

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