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Flores para ti

"No se debe nunca hacer caso a lo que digan las flores, basta con contemplarlas y olerlas." - Antoine de Saint-Exupéry



Como si la maldita primavera te besase con dulzura los labios. Así sé y así siento que ya he entrado. Primero es el olor, biznagas de jardines que se enzarzan en la nariz, pero lo que siempre acaba por derribarme son los colores, el lienzo derretido del universo que te devuelve a ese prado al que nunca has ido y del que no quieres marcharte. Las delincuentes enredaderas, insistentes en quebrantar la ley de la gravedad, me tenían tan ensimismado que ni siquiera oí la campanita de plata que delató mi presencia. Me había visto, ya era tarde para volver sobre mis pasos. Había tenido la osadía de interrumpir en su vergel y no iba a dejar que me fuese tan fácilmente.


Me sonrió desde el mostrador y me hizo un gesto suave para que me acercase. No sabría cómo describirte aquel edén escondido de escaparate modesto, sería injusto para ella o para las flores o incluso para mí contártelo con palabras insípidas e incoloras. Te diré que aquella era una floristería orgullosamente humilde, aunque puede que en realidad fuese humildemente orgullosa y yo no tenga tan buen ojo para estas cosas como me gusta pensar. Te diré, también, que la mujer del mostrador bien podría ser una pequeña diosa, con sus soles colgando del techo y sus pequeñas tormentas en las esquinas, y que a uno le daban ganas de volverse allí mismo una hortensia, echar raíces en el lodo y que otros se ocuparan de darle luz y agua. Pero, sobre todo, te diré que allí el invierno no había hecho acto de presencia, a excepción, quizás, de algunos mechones de pelo que le brotaban salvajes a la dependienta y que ella intentaba recogerse, sin mucho éxito, (ya sabes, como queriendo retener años los años vividos) con un pañuelo que tenía casi tantos colores como los que podías encontrar en la tienda.


Le digo lo que estoy buscando y no sé si lo nota en mi mirada que resbala o en mi lengua incapaz de crecer recta, pero sabe que vengo a por tus antepenúltimas flores. Ella desaparece detrás de unas lianas disfrazadas cortinas y yo, más por miedo a marchitarme allí mismo de la espera que por afán botánico, decido volver a pasearme por este perenne abril entre cuatro ladrillos. Podría llevarme cualquiera de estas macetas, a ver si le dan algo de vida al piso, pero nunca se me han dado bien las plantas y tú y yo ya tenemos bastante con lo que tenemos. Tampoco es que haya entendido alguna vez la obsesión de la gente con las plantas. Te quitan mucho tiempo. Y además te roban oxígeno. Je, no sé a quién me recordarán... ¡Ah, ya vuelve! Menos mal, me estaba cansando de fingir que sé qué hierbajo estoy mirando.


Las deja encima del vidrio con la media sonrisa de quien sabe que tiene la aprobación ajena, aún cuando su interlocutor es un mudo recién licenciado. Las ha hecho crecer sólo para ti, pequeñas piedras preciosas que se atreven a desafiar los colores de la estación, se doblan a sus órdenes y brillan más cuanto mejor las arropa. Yo, mientras sus arrugas artesanas componen una sinfonía de pétalos en forma de ramo, sólo quiero saber cómo lo hace.


Me pregunto cómo sabe las espinas de qué rosa morderán los labios de qué boca y cuáles de todos sus claveles serán sembrados en el asfalto. Quiero saber si de verdad intuye qué margaritas, cuando se agacha a recogerlas, se perderán para siempre en el blanco de qué ojos o cuáles de sus camelias se regarán en agua salada. Es imposible que adivine cuántos de sus lirios acabarán mustios en el suelo de un burdel o si serán muchas las canciones de amor castradas que tendrán que aguantar sus orquídeas. ¿Es realmente capaz de adivinar que algunas magnolias se ahogan en el mármol de las malvas, que se lanzan al vacío desde las tapias también las madreselvas y que hay amapolas con insomnio? Quiero rogarle que me diga qué alameda le contó sus secretos, qué parlamento de flores le cedió su potestad, qué pétalo le falta a la Luna... Quiero que me diga cómo sabe si estas son nuestras primeras semillas o nuestros últimos jardines.


Pero para cuando ha acabado, ya no me atrevo a hacer más preguntas. Ella lo sabe y eso es suficiente. Saco de mi cartera el verde más triste de todo su Elíseo de alquiler desmedido y se lo tiendo a modo de despedida, recupero mis huellas y vuelvo a oír la campanita de plata, que ahora delata mi ausencia. Se acabaron los perfumes, han vuelto las oscuras gabardinas. Así sé y así siento que ya he salido. Es cómo si el fructífero otoño te desnudase. Casi sin querer, me giro y ella vuelve a mirar el ramo para después sonreírme. Es imposible, no entiendo cómo, pero lo sabe. Sabe que estas son flores para ti.

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2 Kommentare


nor.cabrera
09. Nov. 2020

Van a parar, perdón por el error

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nor.cabrera
09. Nov. 2020

Hola Asier!!!

Me ha gustado mucho tu poema, porque pesia es sin métrica ni rima. He podido captar los olores, el del polvo del tiempo y el de las flores de la caja mágica que describes cómo floristería. Esa intuición de para quien son las Flores, las preguntas de a donde cavan a parar las cosas hermosas en la prosa rasa del mundo.

Realmente tienes alma de poeta, sutil y melancólica. Muy bueno. Me quedo con el leve olor a esperanza que deja tu texto

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