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Geniocidio

Actualizado: 29 may 2020

Responsabilidades atómicas, lecciones shakesperianas, bravatas televisadas y la estéril búsqueda de referentes.



En medio de la tormenta, todo lo que importa es el faro. Cuando el inclemente oleaje y el despiadado viento hace zozobrar nuestro barco, cuando están en juego no sólo el presente sino cualquier posible futuro, cuando nos sabemos humanos, todo lo que importa es encontrar la luz. Una señal que nos guíe, una voz que nos reconforte para saber que vamos en la dirección correcta y haga palpable nuestra etéreas convicciones, pero... ¿Quién es digno de llevar la luz? Y, quizás más importante: ¿Qué pasa cuando la luz falla?


La primera pregunta hubiese tenido más fácil respuesta hace unos cuantos años, cuando no toda persona de las 2/3 partes del mundo tenía en sus bolsillos la herramienta perfecta para hacerse relevantes. Para llegar al gran público, es imprescindible cumplir ciertas características que te hagan digno de ser escuchado. Los requisitos mínimos son el carisma, destacar en algún campo (aunque no precisamente del que vayas a hablar) y tener algo que decir. Estos criterios funcionan tan bien en la televisión de los 80 como en las redes sociales de ahora. Pero existe una diferencia fundamental: la democratización de la atención.


Andy Warhol aseguró que "en el futuro todos serán famosos mundialmente por 15 minutos” aunque yo lo cambiaría por: "todos querrán hacerse famosos mundialmente, aunque sea por 15 minutos" . La democratización de la atención viene a significar que todos disponemos de un escaparate desde el cual exhibirnos, un atril desde el cual nuestra opinión puede volverse relevante. Es la realización más pura de la vanidad y narcisismo que todos llevamos dentro. Por ello ha comenzado una carrera cuasi armamentística por volverse viral y una búsqueda de la reafirmación positiva sobre nosotros mismos y lo que pensamos. Esto nos ocurre a nosotros, los (in)conscientes aspirantes de fama pero... ¿Y los que ya son famosos? Pues no son pocos los que pelean por volverse referentes. De ahí esta nueva moda entre presentadores de televisión, que desde el plató se han autodenominado portavoces, cada cual de quien prefiere, para vender su opinión como la opinión de la gente. Por ello lanzan titulares llamativos y vacíos sabiendo que si sus palabras no despiertan retuits y me gusta, al menos se hablará sobre ellos, serán virales. Porque para quien ya es famoso, ser viral es mantener el trono. Seguimos cayendo en la trampa de ver referentes donde sólo hay charlatanes.

Parece que la lección es clara, en medio de la tormenta no podemos distraernos con las luces más llamativas, ni con las más bonitas. Nuestros ojos deben escudriñar la oscuridad en busca de la fiable luz del faro, porque ella no se puede equivocar nunca... ¿no?


Hay un nivel por encima, en la empinada escalera de la idolatría, de los referentes:

los iconos. Son personajes únicos, inimitables y todo lo que un influencer aspira a ser. Uno de ellos es, sin duda, Albert Einstein. Su genio sin precedentes, su característico estilo y personalidad, así como su reputada carrera científica, le valieron el título de hombre más importante del siglo XX. Ya en su época era él consciente de la admiración y respeto que levantaba entre sus coetáneos, así que siempre procuró orientar su influencia hacia las causas que sintió más justas, destacando entre todas el pacifismo. Debido a su fama y buenas relaciones, Einstein, que era un judío huido de la Alemania nazi, fue animado por otros científicos a escribir al presidente americano Rooselvelt para advertirle del riesgo, muy real, de que Hitler pudiera desarrollar la bomba atómica. La carta Einstein–Szilárd, como fue conocida, tenía la intención de prevenir a las democracias occidentales del la amenaza nazi, pero provocó la creación del Proyecto Manhattan y el desarrollo y uso de los más letales instrumentos creados por el hombre: las bombas atómicas, que mataron en Hiroshima y Nagasaki a casi 120.000 personas.

Einstein fue considerado el padre de la bomba atómica, si bien su participación en la producción de las bombas fue prácticamente nula. El arrepentimiento por haber firmado aquella carta, agravado por la culpa que el público le atribuyó, lo cargó hasta el día de su muerte. Es dudoso, y muy debatible, si de verdad podemos considerarle responsable de la catástrofe. Sin embargo, el mayor científico del pasado siglo sí que se sintió (al menos en parte) causante de tal horror, llegando a afirmar que "si lo hubiera sabido, me hubiera hecho relojero". A Einstein se le colgó el muerto (de forma bastante literal) sencillamente porque era la personalidad más destacada. Y su historia es la que nos da la clave de todo este dilema.


¿Qué tienen en común un presidente que recomienda beber lejía, una influencer que pone en duda que el agua sea hidratante y un presentador que se ríe del aspecto físico de quien lleva trabajando día y noche para sacar a su país de una pandemia? Que sus memeces son, en realidad, las nuestras. Son culpa nuestra, quizás no directa, pero ya visteis que bien le funcionó eso a Albert. Nosotros les hemos escogido de entre todos los buscafamas y rellena-egos porque antes nos hacían reír, nos daban lo que queríamos, repetían nuestras mismas opiniones. Y lo que antes nos hacía reír, ahora nos avergüenza. Dejó escrito Shakespeare para la posteridad que "pesada es la cabeza que porta la corona" y nosotros hemos coronado a quienes se desploman ante el peso de la responsabilidad. Sólo viendo a nuestros referentes entenderemos de dónde salen nuestros líderes y sólo viendo lo que esperamos de todos ellos, entenderemos que tenemos lo que merecemos. Ni más, ni menos.


Así estamos, en el medio de una temible tempestad sin saber hacia que luz navegar para salvarnos. Cuando consigamos llegar a tierra, que será más salvos que sanos, no debemos olvidar el horror de la tormenta. Y antes de volver a embarcarnos, asegurarnos de que nuestro faro tenga una luz que merezca la pena perseguir.



89 visualizaciones2 comentarios

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2 Comments


nor.cabrera
May 08, 2020

Otra vez me dejas perplejo con tu saber y tu capacidad analítica. Si, es cierto, todos esos payasos no serían lo que son si no les aplaudiéramos, se crecen, se nos suben a la chepa y ya no hay quien se libre de ellos. Y tampoco tenemos solución, porque la gente los cree oráculos, y están demasiado endosados. Y lo peor es que en el país de los ciegos el tuerto es el rey

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nekane73
May 08, 2020

Impresionante, enhorabuena

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