Porque el amor no es ningún concesionario
(sin spoilers de La Casa de Papel)
Autoportrait,Tamara de Lempicka (1929)
Escribo esto 15 minutos después de haber acabado la cuarta parte de La Casa de Papel. No temas porque no vas a encontrar aquí ningún spoiler. Después de haber reposado bien todas las emociones que deja en uno semejante blockbuster made in Spain, sigo dándole vueltas a una cosa. Bueno, yo y al parecer casi toda España.
En uno de los momentos más intensos de la temporada, uno de los atracadores, probablemente al borde de una sobredosis por testosterona, le dice a otro (refiriéndose a una tercera atracadora): "Ella es un puto Maserati, todo el mundo quiere uno. Si lo dejas en la calle con la puerta abierta y las llaves puestas, es porque estás muy jodido." Y por si el mensaje no había calado lo suficiente, la cuenta de Netflix en Twitter vino a poner la guinda del pastel: "ERES UN MASERATI. No te quedes con alguien que te trate como un 600". En el momento en que tecleo estas líneas, el tuit acumula casi 50.000 retweets y la friolera de 90.000 me gustas. Éxito rotundo. Seguro que el community manager se ha ha abierto una cervecita a su salud. Puedo entender el impacto de la frase y cómo se disfraza de piropo vacío. Veo el mensaje de pseudo-aceptación que pretende regalar. Y veo la realidad triste que vende.
La metáfora automovilística quiere intentar aludir a una supuesta verdad universal: ¿Quién escogería un 600 pudiendo tener un Maserati? Dicho de otra forma, uno se conforma con el Seat y se enorgullece del deportivo. Es, en realidad, el mismo sueño (sí, el americano) con el que quieren que te revuelvas en las sábanas todas las noches. Una búsqueda sin fin por lo mejor, por aquello que de verdad te haga distinto a los que son como tú. Pero vale más el orgullo de un 600 que la soberbia en un deportivo de lujo. En la estéril búsqueda de fantasías, perdimos la capacidad de apreciar lo que ya tenemos. Nos hemos lanzado a perseguir a pie a un Maserati inalcanzable mientras al viejo y confiable 600, lo damos siempre por sentado. No nos equivoquemos, apreciar no es conformarse. Es saber valorar. ¿Cuántos preciosos jardines nos hemos perdido por buscar la flor más bonita? ¿Cuantos 600 hemos dejado pasar por buscar un Maserati?
Aunque yo me haya llevado el tema a una cuestión algo más abstracta, lo cierto es que las infortunadas frases se refieren a algo bastante concreto: una persona, concretamente (y para poca sorpresa) de una mujer. Está claro que no hay que confundir realidad con ficción, pero seríamos un poco idiotas si negáramos que una influye en la otra. Y viceversa. El impacto de ideas así hace que mucha gente se plantee... ¿Qué coche soy yo? Quizás seas un Maserati, un 600, un Opel Corsa o un carro tirado por una mula. La verdad es que da igual, porque el amor no es un concesionario. No es cuestión de que te presuman porque eres un deportivo, sino de que sepan valorarte, incluso cuando falles como un 600.
Hoy voy a cambiar de registro. Tu reflexión me ha recordado que yo he conducido varios Maserati y hasta algún Lamborghini diablo, pero el amor de mi vida fue un 600. Lo hicimos descapotable y lo pintamos de colores. Fue genial.
En cuanto a mí, nunca he tenido carnet de conducir, he sido únicamente un peatón. Pero no me faltó un compañer@ que hiciera parte del camino conmigo. Eso me llevo
Yo quiero ser un 600
Genial