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Sensibilidad extrema ante lacrimógenas cebollas

tu sangre,

escarchada de azúcar,

cebolla y hambre

Miguel Hernández, Nanas de la cebolla


Pasaban de la una del mediodía, mi hermano y mi padre preparaban la comida mientras yo, apoltronado en el sofá, mataba las revoloteantes horas a cañonazos de ficción barata. De pronto, una sensación extraña invadió todo mi cuerpo. Antes de que mi mente pudiera procesar lo que me ocurría, mis ojos ya se habían envuelto en rojas zarzas que clavaban sus espinas en mi lagrimar. Porque los ojos siempre lo saben todo antes. Efectivamente, estaba llorando.Tal es el poder de la cebolla, que incluso en la distancia consigue hacer llorar. Supongo que lo mismo ocurre con los recuerdos.


Creo que mis ojos tienen una sensibilidad especial para la cebolla. Siempre hacen que se me salte alguna lágrima. Y sé que a todo el mundo le pasa algo parecido, pero aún así considero que mi caso es ligeramente especial. Siempre he envidiado a la gente que tiene facilidad para llorar, porque a mí siempre se me ha dado de pena (y nunca mejor dicho). Por (mala) suerte la vida, que es profesora sin oposición, decidió que mi técnica necesitaba mejorar y decidió someterme a varios exámenes. Han sido estos los que me han enseñado que no es igual llorar por mí que llorar para mí.


El llorar por mí es la pena del arrepentimiento, la autocompasión y las causas que yo mismo perdí. No es más que un llanto estéril, de lágrimas de sal que impiden que nada vuelva a crecer. Es el luto interno que pone un velo en los párpados para no ver más colores, la soga de espinas que ahoga gritos de auxilio hasta que no hay más que encrucijadas en la niebla, dientes apretados y la marca de las uñas en las manos. Es propio del choque fatídico de la ilusión imparable y la realidad inamovible. El llorar por mí es el que no se llora. Y no llorar los males hace de nuestra presencia la suma de nuestras ausencias.


Por otro lado existe el llorar para mí. El lloro de rodillas claudicadas, pupilas naufragadas y labio inferior tembloroso. El llanto de la aceptación que lava las heridas con lágrimas de agua oxigenada que si escuecen es porque curan. Un planto en soliloquio para aliviar un corazón oprimido, una invitación al dolor para formar parte de uno. Porque llorar para mí no es vencer al dolor, al dolor nunca se le gana. La tristeza es en realidad una vieja amiga a la que invitar un café para que te cuente el por qué de su visita. Llorar para mí es aceptar que para sanar, hay que cuidar.

Lo que la cebolla, con su innata habilidad para la catarsis, me hizo pensar fue que dentro de nosotros, en frágiles frascos de cristales de bohemia, guardamos todo aquello que pueda empañar los espejos de nuestra alma. Y que los tenemos tan bien escondidos, con un tapón tan perfectamente encorchado, que queremos dejarlos ahí para siempre. No queremos llorar nunca, ni por ni para mí, porque en nuestra narrativa para ser felices no queremos dejar hueco para la tristeza, sin aceptar que no se reconoce la felicidad sin haber estado triste. Pero la cebolla, que de levantar capas de protección sabe lo suyo, nos ayuda a abrir el frasco, a enjuagar los ojos y a airear el desván de nuestros lamentos.

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1 Comment


nor.cabrera
Mar 31, 2020

Otra reflexión con metáfora potente Asier. Una distinción del llorar muy atinada. También yo soy - o era- del ni por ni para, como tant@s, mi intención obsesiva era NO LLORAR. Y tienes razón: si hace falta, con cebolla.

Hoy quiero felicitarte particularmente por tus citas, verdaderos homenajes a grandes seres humanos. Sorprende que conozcas artistas como Buster Keaton, del que recuerdo las carcajadas de gigante de mi abuelo. O al gran poeta de hoy y sus Nanas prodigiosas, que fermentaba las ideas de mi padre Un poeta esencial al que, sin embargo, los libros de texto, en sus capítulos de la Generacion del 27, relegan a una simple mención.

BRAVO

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