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Juego de Palabras (II)

Un pequeño experimento con amigos, en los que ellos me daban algunas palabras (en negrita) y yo tenía que escribir una historia





Scala Ad Caelum - Uxi

Inhar lloró durante todo el viaje en tren, transporte que odiaba por su ensordecedor ruido y que siempre la mareaba, porque separarse de su padre, la única familia que le quedaba, era un sacrificio demasiado grande. Desde la muerte de su madre por tuberculosis cuando ella era solo un bebé, su padre había sido siempre muy protector con la niña de sus ojos. El trauma de la separación, aunque fuera por el bien de su hija, dejó también una profunda cicatriz.


Pedro, vecino de Inhar y que le sacaba 3 años y otras tantas cabezas, intentaba calmar a su amiga. "Es sólo durante la guerra, Ini, que dice mi aita que va a durar muy poco porque son todos unos inútiles" le decía, "además, así no tenemos que hacer tantas tareas como las que manda el Padre Félix". Para desgracia de Pedro, las monjas demostraron ser más amantes de la disciplina que su viejo maestro. Las Hermanas de la Perpetua Caridad ejercieron de profesoras, cuidadoras y enfermeras para los 23 niños y niñas que tuvieron a su cargo a partir del otoño del año 37.


Tras dos días y medio de viaje, los veintitantos infantes llegaron al monasterio donde les esperaban las religiosas. El monasterio, que fue durante un siglo hogar de monjes franciscanos hasta que decidieron abandonarlo en busca de una mejor climatología, se encontraban en una localización magnífica. Al pie de un pequeño monte, disponía de un inmenso campo lo suficientemente grande para que los niños corran a gusto y para que las monjas tengan sus momentos de oración. Solo a unos pocos metros de allí pasaba un pequeño arroyo perfecto para el lavado de la ropa y los, escasos, momentos de baño que las hermanas permitían a los jóvenes cuando llegaba el calor. El improvisado hospicio no era ningún palacio, pero cumplía su función de refugio. Las hermanas se instalaron en los antiguos dormitorios de los frailes y para los pequeños quedaron los catres de los peregrinos.


La primera noche que pasaron allí los niños no tuvo nada que envidiarle en gritos y llantos a la que, a kilómetros de allí, vivían los soldados en el frente. Ninguno de ellos parecía estar cerca de conciliar el sueño. Las historias que los mayores, entre ellos Pedro,, se habían dedicado a repartir sobre hermanos y padres muertos en el campo de batalla o sobre la posibilidad tan real de ser bombardeados se convirtieron en una fuente de pesadillas y lloros entre los más pequeños, pues muchos ya habían perdido algún familiar en la contienda. Sólo la intervención de la más joven de las monjas consiguió que alguien durmiera en el convento. Sor Candela cogió una silla y se sentó con una vela en el centro del barracón, donde todos podían verla y escuchar su historia. Con un tono de voz suave y dicción calmada, comenzó a hablar con delicadeza, de forma que pronto se hizo el silencio en toda la estancia.


"Yo sé que a veces es difícil y que no entendemos por que las cosas así, pero es la forma en la que el Señor quiere que sean. Y nosotros somos muy pequeñitos comparados con Él como para entenderlo. La gente nace, busca el amor y se muere. Así es, ha sido y será siempre. Pero no tenéis que poneros tristes por eso. Cuando la vida se apaga en un cuerpo, Dios llama a la luz de alma, que sube por una escalerita al cielo"- se levantó de la silla para señalar algunas de las ventanas mientras decía- "suben hasta las nubes y por la noche se les puede ver. Allí están vuestros papás, mamás, hermanitos, abuelos... Viven ahora en el cielo, protegiéndoos y viéndoos crecer."


¿También nos protegen de las bombas?- dijo una voz aguda en el medio de la oscuridad.

― Sí, también de eso- dijo la monja sin poder reprimir una sonrisa- y ahora a dormir todo el mundo que ya es tarde.

Bien fuera por la dulzura de su voz, la pureza de su intención o la reconfortante piedad de su historia, el objetivo de la monja se cumplió y pronto todos lograron conciliar el sueño esa y las muchas noches que la siguieron.


Con el paso de los meses, muchos fueron los niños que se acostumbraron a su nueva realidad en aquel oasis en medio de la guerra. La vida en el refugio no estaba nada mal, aunque tenían clase durante gran parte del día, se les permitía jugar en los campos durante horas antes de la cena. La comida era bastante abundante y las monjas procuraban ser lo más afectuosas posible con aquellos que sabían que sufrían más por su soledad. Sin embargo, había algunos que seguían contando los días para salir de allí. Una de ellos era Inhar, que sólo quería volver a estar subida en los hombros de su padre y recorrer con él el camino de la lonja a casa como hacían todos los días. Su apatía no siempre estaba presente y animada sobretodo por Pedro, jugaba con los demás a esconderse entre las hierbas altas de la ribera del riachuelo. Allí, agazapada para que no la encontraran, las vio por primera vez. Eran preciosas, pequeñas y tantas... Salió de golpe de su ensimismamiento al oír a una de las monjas gritar su nombre desde la puerta del monasterio. Seguía impactada por la imagen que acababa de presenciar, pero acudió rauda a su llamado.


Mientras los demás chicos y chicas cenaban, Sor Candela condujo a Inhar a la capilla principal, donde las esperaba la Madre Superiora, Sor Angustias. Le dijeron a la niña que se sentara y cogiéndole las manos, Sor Angustias le contó que habían recibido una carta del frente. Intentó decirlo de la forma más sensible posible, con palabras largas y hablando despacio, como intentando minimizar la estocada que estaba a punto de dar a su joven corazón. Le contó que su padre había muerto en batalla y procedió a calmarla con explicaciones de planes divinos y designios inescrutables que la niña ya no oyó. A Inhar la larga sombra de la soledad estaba empezando a engullirla, su corazón más que latir bombardeaba y de su boca no salieron más que desgarradores gritos e ininteligibles balbuceos. Las religiosas no supieron hacer más que observarla en su duelo mientras se le partía el alma y dejarla marchar a su cama.


Habiendo demostrado su buen hacer calmando a los niños en la primera noche, Sor Candela fue nombrada encargada de hacer las guardias nocturnas donde los niños dormían. Teniendo en cuenta las terribles noticias que había recibido la pequeña, decidió acercarse a su cama para ver cómo se encontraba. Pero allí descubrió con horror que Inhar no estaba. Revisó todo el barracón por si había preferido dormir con alguna otra niña, prohibido aunque comprensible dadas las circunstancias, pero no. La niña no estaba por ninguna parte. Recorrió todo el monasterio sin encontrar rastro de la niña así que decidió probar suerte en el exterior. Logró distinguir, una vez en el campo, los llantos de Inhar en la lejanía, cerca del arroyo. Temiéndose lo peor, echó a correr con todas sus fuerzas en la dirección de su voz para evitar una desgracia.


La encontró donde las hierbas altas, en su escondite preferido, saltando y gritando de frustración. Intentaba atrapar alguna de las numerosas luciérnagas de su alrededor, pero se escapaban con agilidad de sus manos, provocando más lágrimas aún. Gritaba todo el rato "¡Tiene que ser una de estas, tiene que serlo!" La monja la vió y frunció el ceño, lista para regañarla. Pero se detuvo cuando lo entendió. Era culpa suya. Inhar, en su bendita inocencia infantil, solo intentaba capturar la luz de su padre antes de que ascendiera al cielo.



Perder la morriña - Pablo, Sofía y Celia

Maldiciendo a todo santo, dios y demonio , entró en el furancho calado hasta los huesos y tiritando pidió un tinto, al que le siguieron otros dos en un intento de recuperar el calor que su tierra estaba decidida a no regalarle. Desde un taburete que le hacía de palco, echó un vistazo al resto del lugar. Ni el vino ni la deprimente vista lograron mejorar su ánimo. Aparte de él mismo y el dueño, sólo estaban allí los tres viejos de siempre, echando una partida de brisca. Buscando alguna forma de entretenimiento, volvió la cabeza intentando captar su conversación.


— E ti de onde ves tan cansado?- le preguntó el del centro de la mesa al de su izquierda.

— De matar os cochos, que sen tempo non era. Logo non ves como veño?

— Se os mataras cando tocaba... Agora estabas coma min, apañando castañas e tan tranquilo- apuntó el de la derecha riendo por haber ganado la partida.


Siendo el diálogo del interés esperado, se volvió hacia la barra dispuesto a pedirse otro trago con la esperanza de que la lluvia se hubiese calmado para poder volver a casa, pero antes de poder completar el giro, el viejo central se dio cuenta de que miraba en su dirección.

— Ti non es o Matías?- se interesó mientras barajaba.

— O fillo da Conchita!- precisó el segundo dando un golpe en la mesa.

— Todo un señor arquitecto! Ven aquí que aínda xogamos un tute entre os catro. E ti Xosé, vai poñendo outra ronda que esta a pouco chegou.


Por la vergüenza de haber sido detectado en su espionaje y viendo que la tormenta aún no acababa de desquitarse contra la aldea, cogió la silla más cercana y se unió al añejo trío.


— Gracias por la invitación, pero yo soy ingeniero.

— Arquitecto, ingeniero... Tanto ten, o importante é que es licenciado. Iso xa non cho quita naide.

— E como ti por aquí?- preguntó el anciano que le había invitado a jugar, mientras le echaba las cartas.

— Bueno, llovía y no me apetecía ir a casa aún, así que...

— Non, rapaz, non entendiches - le interrumpió el de su izquierda.

— Di que como aínda estás na vila, que habendo estudao non ten perdón de Dios.

— O que tes que facer- reanudó el que parecía el cabecilla- é marchar para a capital. E non digo Santiago, que tanto é estar aquí coma aló. Ti marcha pa Madrid que onde se fan as cousas, onde un gaña cartos. E logo se queres xa volverás nun coche deses novos.

— Alí en Madrid podes ser funcionario e traballar nun ministerio!

— Disque en Madrid é onde están xentes importantes, ti vai pa alí que mesmo acabas vivido nuncha casa con porteiro.


Xosé, el dueño del furancho que se había acercado a reponer las consumiciones de sus parroquianos, se vio obligado a intervenir.

— Deixade de marear ao rapaz, que de nada sirve marchar se nun mes o temos aquí de volta. Xa o teño visto moitas veces. A nosa xente ten algo dentro, nos cromosomas, no citoplasma ou no ADN...- se detuvo pensativo un momento- bueno, non sei onde carallo estará, pero o que importa é que a morriña estar, está. Nós non valemos para marchar. Un pode sacar ao galego de Galicia, pero non a Galicia do galego.


— Cago na luna! E fíxose poeta agora!- exclamó el más bebido de los tres, provocando la carcajada de sus compadres y la retirada del camarero.

— O que lle pasa a xente de aquí é que todo o mundo vive moi a gusto ao quente da casa. E non se moven tres pasos por mellorar nada. Se un paxaro aquí non atopa pa comer, non espera no sitio, vai buscar outro millor, non si? Hai que saber cortar o cordón umbilical, saber buscar o mellor para cada quen. Eu porque sempre fun probe, que se non, xa tiña marchado.


La velada se alargó mucho más de lo previsto entre alabanzas a la modernidad madrileña, a la perfección urbanística de la capital y a la única ciudad importante de España para volver después a temas mucho más prosaicos. Se jugaron muchas partidas que resultaron en numerosas derrotas para Matías, cuya mente había emigrado ya antes de lo que lo hizo su cuerpo.


Al cabo de dos semanas, despedidas familia y amistades, salió de su casa con dos maletas. Cerró con firmeza la puerta, tirando del pomo con la convicción de que si volvía a su aldea sería por haber triunfado en la capital o por algún acontecimiento de categoría como una boda o un entierro. Sin derramar una sola lágrima por lo que dejaba atrás, emprendió su particular éxodo ferroviario hasta Madrid.

Pasaron los años y la añoranza de su tierra cruzó su mente y corazón con pasmosa fugacidad. No quiso en su momento despedirse de ríos ni fuentes y tampoco echaban en falta sus ojos la vista de ninguna costa verdecente. Bien por geografía, bien por desinterés, no pedía a las olas de ningún mar noticias de sus amigos porque las noches, lejos de ser largas y de piedra, eran cortas y de neón. Los recuerdos de su Galicia natal se volvieron tan insustanciales como la memoria de un esqueleto. Cosas de la vida, se dijo.


La predicción de aquellos viejos resultó ser bastante acertada y después de numerosos otoños e inviernos, Matías era uno más de la gran urbe. Consiguió trabajo en la compañía de autobuses y logró ascender hasta ser uno de los jefes más respetados de la empresa. Su casa no tenía portero, aunque había amasado una fortuna considerable que le permitía codearse con el tipo de personas que en las provincias se conocen solo por los periódicos.


Una sofocante tarde del verano madrileño, Matías, habiendo quedado con uno de sus mentores en la compañía en uno de los cafés del centro para echar una partida de mus y ponerse al día, se retrasó casi media hora. Su amigo se quedó estupefacto cuando lo vió llegar todo acalorado.


— Disculpe usted la tardanza, Don Alfonso. Ya sabe cómo es esta ciudad, gente yendo de un sitio a otro todo el rato, sin parar. Es imposible abrirse paso a través de cualquier plaza. Cuando me di cuenta de mi impropia demora, intenté correr pero entre este apabullante calor y el insoportable humo de las fábricas mis pulmones pedían clemencia ¡ Y coger un taxi! Misión imposible, oiga. Cualquiera logra hacerse oír entre tanto griterío, oiga ¡Ciudad de locos, fíjese lo que le digo!- se desahogó Matías.

— Ni que lo jure, amigo mío. Esta ciudad saca lo peor de uno mismo. Mire ese cuadro de ahí- le dijo señalando una fotografía de unos pescadores en puerto que adornaba una de las paredes del local- ese sí que es un sitio en el que merece la pena vivir. Con aire que no recuerde al interior de una mina, brotes verdes que el cemento aún no haya enterrado y con personas ...¡Personas! ¿Se imagina dejar de ver tanta gente y ver personas? A cada cara, darle un nombre... Y no me haga hablar de la comida. Creo que me he decidido, venderé el piso e intentaré comprar una casa en el norte. Un momento...¿No era usted gallego, Matías?

Matías no respondió. Algo dentro de él, quizás en los cromosomas, el ADN o el citoplasma le estaba jugando una mala pasada. No sabía qué decir. Cientos de recuerdos , cabalgando sobre dudas, atacaron su pensamiento. Conquistada su mente, la derrota emocional fue total al llegar al corazón. Perdiendo la compostura, tuvo que enjuagarse algunas lágrimas con la manga de la chaqueta ante la atónita mirada de Don Alfonso.


— Vaya, lo siento Matías. Debí de figurarme que si no hablaba usted de su tierra era porque la unían a ella lazos de los más fuertes. Espero sepa perdonar mi indiscreción.- se disculpó su amigo.

— No se preocupe, si ya se sabe .... nosotros los gallegos y la morriña...



Conflicto identitario entre narrador y narratario - Ángel y Mery


CAPÍTULO 27. LA DECLARACIÓN


Augusto corre desesperado intentando resguardarse bajo los soportales e intentando no dejarse los dientes en ningún adoquín. Cruza varios semáforos en rojo, salta unos tres charcos y pega leves empujones a varios ancianos con paraguas que toman la acera como suya. A riesgo de sufrir más de un infarto llega rápido hasta la casa de Elisa. Del bolsillo interior de la chaqueta saca un papel arrugado, una carta escrita de su puño y letra. La observa con detenimiento para cerciorarse de que no está mojada , coge aire varias veces y levanta el puño para llamar a la pue...


— Yo esto no lo veo, mejor me voy.

Augusto se arma de valor y prepara los nudillos par...

— ¡Que he dicho que no lo hago y punto, hombre ya!

— Vamos a ver, tú eres un personaje y harás lo que se te diga.

— ¡AY! ¡Esa voz! ¿Dios?

— Pero cómo que Dios.. No, hombre no, soy yo, el narrador.

— Perfecto, lo que necesitaba yo ahora: una crisis existencial. Justo antes de venir aquí a declararme.

— Eso, eso. Tú llama a Elisa para darle la carta y decirle lo que sientes.

— ¿A qué viene tanta insistencia? Si además esta carta es una mierda.

— Tú por eso no te preocupes, que poca atención le va a prestar.

— Espera, espera. Eso no tiene sentido. A no ser... No. No serás capaz ¿No estará ahí dentro con el cabronazo de su ex no?

— Ejem...

— Oh claro, ya te veo venir ¿Cómo no me di cuenta? Es la típica escena del enamorado que se lleva el chasco. Si hasta está lloviendo, ni hecho a propósito oye...

— Bueno, es que está, literal y literariamente, hecho a propósito. Es tu destino, Augusto.

— Mira que eres pesao. Que yo paso, me voy a mi casa a tomarme unas cuantas cervecitas a ver si me olvido de ella... Y DE TI.

—Tienes que estar de coña, pero si llevas enamorado de ella desde el instituto. Si tenías fotos con ella por toda la habitación. Has estado buscando el momento perfecto para conquistarla y es este. Así que vuelve ahí.

— ¿Y tú cómo sabes esas cosas?

— Ventajas de ser un narrador omnisciente.

— ¿Qué come de todo?

— No hombre no,que lo sé todo. Si es que tenía que haberte creado más listo...

— Encima de joderme la vida vas y me insultas ¿Me estás diciendo que todo lo malo que me pasa es por tu culpa?

— Si lo pones así... Yo estoy en control de la narrativa y por eso, si digo que te declaras, tú te declaras. Y se acabó.

— Osea que yo no tengo por qué ser un pelele si tú no quieres.

— No es tan así. Lo que pasa es que tú estás escrito para ser un personaje simpático, con el que los lectores pueden empatizar y en el que se ven reflejados.

— ¿Y hace falta que todo me salga tan mal?

— Bueno, es que tengo la certeza de que cuanto más sufra el personaje, más fácil es para quien lee establecer vínculos con él.

— A ver, señor Narrador, si a mí todo eso me parece fetén pero los lectores me la traen al pairo. Si a ti no te cuesta nada hacerme feliz... le das un poquito a las teclas, cambias una cosita aquí y otra allá y listo.

— Estoy harto de esta discusión. A ti en este capítulo se te rompe el corazón y es lo que va a pasar. Te guste o no.

— Así que te gusta jugar duro, ¿eh? Muy bien, pues me suicido y te quedas sin protagonista.

— No puedes hacer eso.

— ¿Igual que no podía no entregar la carta? Mira listo, si las cosas no empiezan a irme bien ahora mismo, me quito de en medio y se te acaba aquí la historia.

— Tú ganas... ¿Por dónde iba?


Augusto se arma de valor y prepara los nudillos para golpear la puerta de Elisa, pero ella la abre antes de que él pueda reaccionar. Salta a sus brazos y empieza a besarle apasionada dejando restos de su pintalabios color cereza por toda su cara, aunque no es que él se queje. Todo lo que Augusto llevaba deseando tantos años se estaba cumpliendo ante sus ojos, incluso la tormenta ha pasado y el sol comienza a arropar a los dos jóvenes amantes. La escena era tan maravillosa que hasta le parecía irreal.

— Eh, un momento...

Por eso no se sorprendió cuando la alarma del despertador le confirmó que todo había sido, en efecto, un sueño.

— PERO SERÁS HIJO DE LA GRAN

Fin del capítulo

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3 comentários


nor.cabrera
17 de abr. de 2020

Dichoso corrector!¡!!! Quise decir chuvia galega, a pedra e as campás Estaria bien escrito ? Eu falo galego desde neniño, peto nunca aprendín a escribilo 🤩🤩🤩🤩 perdoarme os errores

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nor.cabrera
17 de abr. de 2020

Estoy totalmente de acuerdo con Nekane. Bestiales. El primero me ha parecido conmovedor no, lo siguiente. Que escena más dulce la de la niña queriendo atrapar al padre!!!!!

Decimos algo de morriña? Si es nuestra identidad.......a chica galega, o CEO gris, a pestaña e o soniquete dad campanas.

El tercero vuelve que ser muy original, a pesar de los personajes en busca de autor.

Tienes una sensibilidad esteta y profunda para abordar los temas más prosaicos como si fuera un poema

👍👍😍😍😍

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nekane73
17 de abr. de 2020

Buenísimos todos

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